Hay vendedores buenos, vendedores regulares y vendedores lamentables. Como en todas las profesiones. Pero el vendedor-zombi forma parte de un género que no encuentra réplica entre el colectivo humano. ¿Qué es un zombi? Se trata de un engendro que no es dueño de sí mismo, no produce ningún efecto positivo y sume en la desesperación, la decepción y el terror a cuantos seres humanos atrapa en las inmediaciones de su repugnante existencia. Obtiene la energía que le mantiene en pie gracias al engaño. Y es inmortal. Hasta aquí las buenas noticias. La mala noticia es ésta: contagia a los seres humanos. Si estás en un equipo de ventas y te pilla por sorpresa un vendedor-zombi, puedes estar seguro de que te arrastrará a los más tenebrosos territorios de la insatisfacción, la falta de motivación y el fracaso.
La arquitectura psicológica de este sórdido personaje no le permite ni siquiera la aplicación de un mínimo de energía para identificar las necesidades de sus clientes, mostrar a éstos la posibilidad real de satisfacer esas necesidades, demostrarle que su producto puede colmarlas y, finalmente, proporcionárselo. Sin embargo, ¡oh,milagro!, le sobran energías para lloriquear ante su jefe de equipo, responsable de ventas o director comercial, y además, hacerlo con coraje y determinación asegurándole de forma invencible que:
El mercado rechaza ese producto y/o el de la competencia es mejor;
El apoyo publicitario es insignificante.
Hoy no puede ir a visitar a los clientes porque tiene que recoger a los
niños, o los análisis, o el certificado de la hipoteca, o lo que sea.
¿Os habéis fijado alguna vez en esos matrimonios o parejas de novios que, cuando se encuentran con otras parejas, se ponen de vuelta y media el uno al otro? Son como ese hombre que asegura que su esposa es una incompetente para conducir, hacer operaciones matemáticas o cualquier
otra cosa, o la mujer que, entre risotadas, explica a quien quiera oírla que a su marido le sobran kilos por los cuatro costados y que para guapo, Harrison Ford, y no lo que a ella le ha tocado. En realidad, lo que el uno y la otra dicen es: “Soy tan miserable, que no he podido conseguir otra pareja sino la que tengo”. Los vendedores-zombi se comportan exactamente igual con los productos o servicios que teóricamente “venden”: según ellos, no sirven para nada, son caros y los de la competencia les dan veinte vueltas. Es decir, son tan miserables como ellos mismos. Se ven incapaces de vender lo que les ha tocado, así que contagian a otros comerciales (habíamos quedado en que los zombis son contagiosos) y en lugar de ir a visitar a los clientes, renovar el argumentario de ventas o identificar nuevas oportunidades de mercado, protestan airadamente por la suerte que les ha tocado vivir. En estas reuniones plañideras, el vendedor-zombi líder, jura que se enfrentará a su jefe de equipo y que le cantará las cuarenta, mientras los otros contagiados le miran con admiración, aunque sin preguntarse cómo es posible que si ese tipejo es tan perspicaz, inteligente y energético, no está en otra compañía ganando tres veces más de lo que gana aquí.
Los zombis ven gastada finalmente su energía. Se apagan. Se consumen a sí mismos. Se queman. Y yo me pregunto: ¿es que los jefes de ventas no tienen ojos en la cara? Si el zombi te viene con la cantinela de que lo que lleva en el portafolios es invendible, pero el resto del equipo vende, ¿a qué espera para adelantar el burnout y prenderle fuego en ese mismo instante? Claro que muchas veces ni siquiera el jefe de ventas es precisamente un vendedor. Incluso puede ser un zombi. Un zombi que puede estar contagiando a otros jefes de ventas, quienes pueden estar contagiando a los directores comerciales, quienes a su vez…
Mejor no pensar en ello. Desde tiempos inmemoriales, la gente ha preferido buscar excusas antes que soluciones. El vendedor-zombi, esa verdadera regresión genética de la Humanidad, esa nefando tránsito hacia los estadíos más primitivos de la especie, ese abominable virus, ese saco de depresiones, en definitiva, ese imbécil, sólo sabe hacer bien una cosa, a saber, mentir. Piénsalo por un instante: miente a los clientes, a los compañeros y a los jefes.Y, sobre todo, se miente a sí mismo. Me da escalofríos el pensar que puede encontrarse alguno cerca. Y sé que están ahí, acechando.
Fuente: Revista Emprendedores año 2004.
Esto es TAV-I. ¿Te acuerdas? ....El San Miguel 0,0.. ;o)
ResponderEliminarNo lo recuerdo muy bien, hace ya tiempo..........se echan de menos los TAV!!!!!!
ResponderEliminarComo era el San miguel 0,0????